Querida Lau,
Lo cierto es que hace unos diez días que me separé de C.
Yo
llevaba una época bastante mala, con una especie de crisis de edad en
la que sentía añoranza por ciertas cosas de mi pasado (entre ellas, tú,
Lau), viendo el futuro muy negro y preguntándome qué iba a ser de mi
vida. Tenía todo lo que se supone debe hacerte feliz (trabajo, pareja,
amigos) y sin embargo, no lo era.
Con C., después de dos años
viviendo juntos y cuatro de relación, las cosas ya no eran como antes.
La rutina se había instalado y nos costaba mucho salir. Las pequeñas
cosas que antes sencillamente me molestaban empezaban a enervarme y me
daba cuenta de que él esperaba más de mi y yo no podía dárselo. De vez
en cuando nos faltábamos al respeto, discutíamos (tampoco te creas que
mucho) y no nos poníamos de acuerdo en muchas cosas. Pequeñas cosas sin
importancia que empezaban a sumar. La relación se estaba agotando, cada
vez teníamos menos fuerzas para seguir luchando y los dos nos dábamos
cuenta y nos agotábamos sólo de pensar.
Descubrí asombrada que
llevaba unos cuatro años sin apenas escribir. C. me había traído la
calma y la estabilidad, pero también me había adormecido la emoción. No
había dramas, pero tampoco había euforia. Y yo siempre había sido así,
extrema, para lo bueno y para lo malo (amar a lo bestia; morir de amor).
Yo ya no era yo. Era una versión de mi misma pasada por el filtro de C.
Y en medio de todo este percal apareció un chico, llamémosle X.
X.
estaba en la misma situación que yo: tenía una novia 12 años mayor que
él con la que llevaba 5, y mientras ella le exigía más, él sentía que no
estaban en el mismo punto vital y que aún le quedaban muchas cosas por
hacer.
X. y yo empezamos a vernos a escondidas. Quedábamos en
bares para hablar de nuestra situación, de cómo nos sentíamos, de qué
podíamos hacer al respecto y de todo lo que nos quedaba por hacer en
esta vida nuestra.
X. era extremadamente guapo, atento, formal. Un
poco tímido. Y me decía cosas bonitas. Montones de cosas bonitas que yo
guardaba para mi.
Nos hicimos cómplices.
Empecé a enamorarme
un poco. Muy poco. Lo justo para darme cuenta de que debía dejar a C.,
porque necesitaba sentirme viva y porque aún era joven y enérgica.
Y un día X. me dijo que había dejado a su novia.
Y al siguiente, nos besamos.
Y al siguiente, yo estaba separando mis vinilos de los de C. a hurtadillas y organizando mi huida.
Y al siguiente, lo dejamos.
No
hubo dramas, ni sangre, ni nada. Todo fue aséptico, limpio, racional.
La relación se había agotado, sin más. No nos quedaba espacio para
respirar.
Hice una bolsa con cuatro cosas y me fui a casa de mi amiga Marta.
Al
día siguiente quedé con X. Cenamos, tomamos una copa y nos besamos en
el portal de mi nueva casa de acogida, bajo la lluvia y la intemperie
cósmica (Txe dixit). X. sabía a verano y a novedad. Sus labios eran un
nuevo mapa en el que buscar verdades y encontrar sonrisas.
Yo sentía
mariposas en el estómago. Vivía en una especie de burbuja de felicidad y
miedo a partes iguales. De nuevo, sentía emoción por las cosas. Casi me
había olvidado de C. y sólo quería mirar hacia adelante. FUTURO se
escribía en mayúsculas y sonaba a canciones aún por inventar.
Pero todo era demasiado bonito, claro. Creí que por una vez me tocaba a mi, que las cosas podían salir bien.
Pero no.
Estuve
unos días sin ver a X. Estaba enfermo, me dijo. Y yo empecé a ser más
consciente de mi situación: no tenía casa y C. ya no estaba. Echaba de
menos tener a alguien, a alguien en abstracto, a quién llamar familia y
que estuviera por mi. ¿Sabes de que te hablo, verdad Lau?
Y el lunes, por fin, volví a ver a X. Tenía tantas ganas...
Quería
invitarme a cenar porque al día siguiente era su cumpleaños. Le preparé
un regalo y un montón de palabras bellas elegidas con esmero. Quedamos
en su casa. Fumamos en el balcón. Se subió en mi moto y salimos a cenar.
Y mientras brindábamos por nuestra juventud renovada me dijo que había
decidido volver con su ex. Que se iría a vivir con ella. Y no sé cuántas
cosas más que no escuché porque se me había parado el corazón, porque
le miraba y no entendía nada, porque el mundo de felicidad inventada que
me había creado se desvanecía y porque a partir de entonces no sabía a
dónde ir, ni qué hacer, ni siquiera sabía quién era yo o quién era él. Y
Barcelona ya no era Barcelona sino un mundo sin fin. Y moríamos
juntas, Barcelona y yo, como tantas otras veces. Lau, tu ya sabes que
esta ciudad, como nosotras, es capaz de lo mejor y de lo peor. Y en ese
momento era lo peor de lo peor de lo peor. De lo peor. Una ciudad
moribunda, exhausta, rendida. Plagada de recuerdos que me llevaban
inexorablemente a X. Y a C. Y a tantos otros nombres que pensé haber
olvidado. Pero no.
Y me subí en la moto de vuelta a ¿casa? y me
salté todos los semáforos en rojo. La realidad no era realidad sino
fotogramas en 8mm. Y en medio de aquel caos de luces y coches paré en
seco y llamé a C. No sé porqué lo hice. Supongo que porque era eso o
estamparme contra un muro. Necesitaba reconocer algo en mi vida. Y volví
a sus brazos. Y lloré y lloré y lloré y lloré y lloré y lloré, hasta
que se me acabaron las lágrimas. Mi pequeño cuerpo convulsionando entre
sus brazos, totalmente fuera de control. Sus brazos que habían sido mi
hogar y mi refugio. No me preguntó nada, sencillamente se tumbó a mi
lado y me abrazó. Dormimos juntos. Expiramos nuestros pecados. Fue una
noche rara y bella en la que no pedimos perdón pero nos perdonamos.
Y
ayer abrí los ojos en lo que un día fue mi casa, pero ya no. Y el mundo
era una grieta inabarcable y la realidad una broma de mal gusto.
Desaparezca aquí; esto no es una salida. Y la vida sigue, a pesar de mi,
a pesar de X.
Hoy he borrado cualquier rastro de X.; prefiero
pensar que nunca existió. Sé que tal vez se pase por aquí (cometí el
grave error de desvelarle mi secreto), pero no me importa. Ahora ya todo
da igual. Y en unos días volveré a ser yo. Buscaré los límites como
siempre he hecho y empezaré a hacer listas de sueños por cumplir. Aún
tengo sueños por cumplir.
Y C.... no sé que va a pasar con C.
Y
debo decirte Lau, que en momentos como este te extraño infinitamente, a
ti y a tu balcón. Y las canciones de Chinarro. Lo nuestro siempre fue
una historia inacabada. Mi amiga del alma que un día se fue y nunca
volvió.
Yo, igual que al amor, te sigo esperando.